Hay días en los que no apetece levantarse de la cama. Días en los que bajas todo lo que puedes la persiana esperando que el amanecer pase de largo. Y te refugias en tu burbuja de tela, bajo las sábanas. Incluso deseas que si llegas a levantarte, en la calle sólo encuentres un día tan gris como el que hay en tu cabeza.
Pero en días como esos llegan ellos, sin que le hayas dicho que estás triste, sin que le hayas pedido que te llamen o que vengan.
Suena el teléfono cuando ya no esperas que llame nadie: “te noto triste”. Y te sientes bien, porque se ha dado cuenta sin que tú digas nada, porque cuentan contigo y piensan en ti.
Y te echan de menos sin motivos. Comparten sus sueños contigo. O te buscan cuando necesitan consuelo.
Hay quienes, como yo, no necesitamos creer en dios. Quizás porque prefiero creer en esas personas que siento cerca. Que no siempre están físicamente a mi lado, pero siempre están. Que me levantan de la cama en días oscuros, que ponen el azul en el cielo y sobre todo que me ayudan a no ahogarme en los charcos que voy encontrando en el camino.
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