Anoche, tumbada en la cama justo antes de dormir, me preguntaba quién impuso las leyes de la ética en el mundo. Quién dictó por primera vez qué era lo bueno y qué lo malo, construyendo piedra a piedra el sendero de la “buena” conducta.
Las leyes morales siempre han guiado al ser humano, aunque cada uno instale en su conciencia sus propias normas, siempre vienen a nosotros otras tantas ajenas. Ya sea en forma de prohibiciones, deberes, órdenes o simples consejos. Al final, todas se reducen a orientar nuestra propia conducta por lo que cada cual cree que es lo correcto.
¿Pero alguien puede definir qué es lo correcto? ¿Qué pasaría si una persona viviera como quiere haciendo lo que siente en cada momento? Sin pensar en obligaciones, en normas sociales, en la buena conducta. ¿Seríamos más felices o el mundo se convertiría en un desbarajuste imposible de controlar? Leyendo libros de Jorge Bucay he llegado a pensar que realmente sólo seremos felices cuando nos dejemos llevar por lo que queremos. Hay quien durante toda su vida sobrevive (que no es lo mismo que el que vive) siendo una marioneta en manos de la ética.
Quizás yo misma no haya aprobado determinados comportamientos de la gente y me haya encontrado dando consejos de moral, pasados de moda, a alguien. Pero conforme pasa el tiempo me voy dando cuenta de lo subjetivo del concepto de correcto. Cada individuo puede vestirlo con las ropas que le plazca sin que este deje de ser mejor que el del vecino. Por tal, nadie debería juzgar a nadie por lo que hace, si lo hace porque así lo siente.
Alguien me dijo hace poco que una fecha no debería atarnos. Pero, ¿quién dicta las reglas del tiempo? ¿Por qué es pronto o tarde para algo? Si lo sientes justo ahora……¿por qué no hacerlo? Quizás acabemos estrellados contra el suelo. Quién sabe. Pero antes o después conseguiremos levantarnos. Si algo he aprendido es que nadie se muere de un golpe, por duro que pueda parecer. Al final, de un modo u otro, acabamos por sacudirnos el polvo y seguir andando.
Sin embargo siempre nos arrepentiremos de haber dejado algo por hacer, de no haber aprovechado un momento. Hay ocasiones en las que sientes que hay que tirarse a la piscina, aún sin saber a ciencia cierta si hay agua o no. Cuando eso pasa, cuando no cabe la duda muy a pesar del riesgo, lo verdaderamente inmoral sería dejar de hacer, decir o vivir aquello que nos haga sentir así.