No recuerdo cuando fue el día en que dejé de creer. Hay quien me conoce y se empeña en ponerle fecha a ese momento, cuando ni siquiera yo sé cuándo ni por qué. Alguna noche me acostaría cansada de rezar, de ver que el mundo nunca va a mejor, que cada vez lo destrozamos más y nadie hace nada por evitarlo y caería sin remedio en el hastío de la fe.
Hay un momento en la vida de un niño, en el que empieza a formar su propia opinión sobre las cosas que le rodean. Deja de asentir a lo que durante años ha escuchado de sus padres. Y se acaba ese papel de víctima de publicidad subliminal, para comenzar a pensar por sí mismo y labrarse un “yo” con el que tendrá que enfrentarse al mundo.
Yo comencé por desear a mi madre las buenas noches con un “hasta mañana” sin acompañarlo del tan gastado “si dios quiere”. Dejé de otorgarle las mayúsculas al Él, Ti, Señor, Padre y Dios. Incluso paseé por el agnosticismo durante un tiempo. Pero el camino sólo me llevó a no creer.
Y es que eso de creer.....Porque la palabra tiene distintas acepciones. Puedo decir “creo que mañana madrugaré” con lo que expreso “que puede (o no) que me levante mañana temprano, que supongo que me levantaré temprano…”. Pero si digo “creo en algo”, “creo en alguien”, “te creo”, “lo creo”, estoy poniendo mi más firme convicción en ese algo o ese alguien. Estoy otorgándole mi confianza, fiándome y apoyándome.
Creo en ti.
¿A cuántas de las personas que me rodean puedo decirles eso? Pienso que son tantas las que he conocido en mi vida y tan pocas a las que se lo he dicho.... Y aún así, nadie nos asegura que, después de decirlas, pasado un tiempo no tengamos que volver a tragárnoslas. Por eso no puedo creer en algo que no veo, que no da señales de que exista, que no me facilita la vida, que no se ha demostrado científicamente, que permite un mundo como el que tenemos.
Me río de los que dicen que siguen la palabra de algún (gran) hombre que predicaba bondad, comprensión, justicia y amor. Y para ello se limitan a ir una vez por semana a lavar sus conciencias a la iglesia más cercana. ¿Soy peor persona por no hacerlo? No me inspira confianza una institución que no acepta a las mujeres en su jerarquía; que obliga a los que están en ella a renunciar a toda una vida para vivir la que ellos quieren; que venden una imagen de humildad y guardan en la recámara obras de arte millonarias, joyas y vete tú a saber qué más; que nos imponen una conducta moral; y que no aceptan a nadie que ponga un pie fuera del sendero que ellos marcan.
Supongo que la gente no está preparada para vivir sola en el mundo, necesitamos “algo” en lo que apoyarnos cuando tropezamos. Realmente da vértigo caminar sin hacerlo del brazo de alguien. Quizás por eso se haga más difícil vivir sin ese consuelo, sin algo en lo que apoyarte pase lo que pase. Y sentirnos solos, a veces, es el precio a pagar por haber perdido esa fe (que no otra).
Por otro lado hay quien piensa que lo difícil es seguir creyendo a pesar de las adversidades. Lo difícil es conservar la fe. Y que no se puede vivir, como yo, sin creer en nada. Pero, ¿quién dice que yo no creo en algo? Es sólo que no cambio un mundo tangible por un reflejo de otro. Prefiero creer en las personas de carne y hueso. Hacer de ellas mis propias divinidades. Confio, me fio y me apoyo. Creo en lo que me dicen mis amigos, en que los sueños se pueden conseguir si se persevera en ellos, en mi familia, en la gente que siempre me mira a los ojos y en mil y una cosas más que no son un ente de dudosa omnipotencia.
Y si esto no es tener fe, amigos.....
....que baje dios y lo vea.